¿Qué son esas ganas locas de salir corriendo que me apremian? ¡Qué poco aprecio le tenía a la palabra libertad!
Entre mis dedos, lentamente, se desvanecen girones de tiempo. Imagino la mullida hierba a los pies de un roble, cuyas ramas desbordadas de líquenes y musgo, se alargan en un intento de tocar la bóveda celeste. Cientos de sonidos susurran desde la espesura y escucho atenta como respiran las plantas, como florece la primavera. Es la armonía de los sonidos de la naturaleza. A mi alrededor, prados colmados de amapolas, malvas y nomeolvides se mecen en una deslumbrante sinfonía. Me imagino con guirnaldas en el pelo, girando descalza, aspirando lentamente la tormenta lejana. El azul del cielo ha cambiado. Huele a tierra fecunda, huele a Gaia, a Pachamama.
La tierra que nos cobija, se cura, pero también nos cura a nosotros de nuestra propia codicia, de nuestro ego desbordante. Vivíamos muy de prisa. ¡Vivíamos tanto hacia afuera! y ¡tan poco hacia adentro! Todavía no entendemos que somos pura energía, que somos seres interconectados.
Nos hicieron creer que el incremento del consumismo alimentaba nuestro bienestar, cuando la felicidad solo se puede encontrar en las cosas sencillas, en las cosas pequeñas. La geopolítica nos hace esclavos dependientes de un sistema que tiene que variar el rumbo. Lo que sufrimos ahora es producto del deterioro que estamos provocando en el planeta. Nuestra supervivencia radica en un cambio de valores que nos haga responsables de nuestros actos para las generaciones futuras. De momento, esta crisis nos ha enseñado una palabra hermosa que se llama solidaridad y que constituye el valor más humano de las personas. Como dice Jorge Bucay en su libro El camino del encuentro:
Habrá que encontrar el rumbo y empezar a recorrerlo. Y posiblemente, habrá que arrancar solo y sorprenderse al encontrar más adelante, en el camino, a todos los que seguramente van en la misma dirección que nos obligar a ir más allá.…
Carmen